jueves, 21 de enero de 2010

La oscuridad II

No solo me di cuenta de las personas que estaban cerca de mí, sino de otra cosa, una sensación: debilidad. Sentía mi cuerpo débil, sin fuerzas tan siquiera de mover un brazo. Además la cabeza parecía que me iba a estallar. No podía cambiar de postura pues eso me costaba un mundo. En fin parecía un muñeco roto, desahuciado de toda sensación que no fuera dolor. A pesar de que estaba consciente, había cosas que me inquietaba. Savia que estaba en un aula pero vagamente savia quien era yo. Mi nombre me parecía extraño, vagamente familiar. Nada más entendía. ¿Por qué estaba sentado? No me acordaba que me hubiese sentado, tampoco por que estaban el jefe de Estudios y aquel profesor de Inglés. Ellos me hacían constantemente preguntas, a las cuales yo contestaba meneando la cabeza. Pues como si mis labios estuviesen sellados con silicona la lengua pastosa e incapaz de articular ninguna palabra. No os se especificar cuánto tiempo estuve en ese estado que me era doloroso, pues se había unido al dolor de cabeza otro compañero: un dolor intenso por todo mi cuerpo. Sentía un dolor punzante en la espalda y un ligero temblor de piernas lo acompañaba (aunque creo que ese temblor ya estaba en un principio, solo que no me había dado cuenta hasta entonces). Llego el Director, el cual rápidamente intercambio unas palabras con el jefe de estudios. Hecho esto me sonrió y me pregunto qué tal estaba, no le respondí. Su expresión se oscureció y pude oírle algo de una ambulancia. Después de decirme no se que sobre dirección o algo parecido me ayudaron a incorporarme. Me tuvieron que sujetar pues mis piernas apenas me respondían. Mantequilla eran. Aun así y gracias a la ayuda del Jefe de estudio y del Profesor de Inglés pude llegar hasta Dirección, donde me pusieron en el despacho del Director y más tarde llego la ambulancia.







En la ambulancia me examinaron, ya sabéis que si mira la lucecita, que si las pulsaciones, que a ver la tensión, etc. Me llevaron al médico de mi pueblo para que me examinara y si veía conveniente el médico pues otra vez a la ambulancia y de camino al hospital. Afortunadamente la segunda opción nunca se produjo, puesto que el médico me diagnostico, (redoble de tambores): Agotamiento y algo baja la tensión. Aparte claro de los pequeños tatuajes llamados cardenales y moratones que me regalo el chaval que me había agredido. A pesar de eso el médico recomendó a mi madre que me tuviese en observación y que si surgía algún problema por la tarde que llamase a una ambulancia y al Hospital. Bueno estamos llegando al final de este relato, me imagino que os preguntareis que sucedió por la tarde si recaí. No, no recaí, a pesar de eso estaba molido y nada más llegar a mi casa me quede dormido en mi habitación. Estuve así toda la tarde, apenas comí nada en la comida y por la noche no probé nada. Así llego la noche, una noche que se junto a la tarde. Mi cabeza no pensaba en nada, bueno en realidad me obligaba a no pensar nada. Ni en lo ocurrido, ni que sucedería a la mañana siguiente. ¿Qué sucedió a la mañana siguiente? Se preguntara algún curioso. Nada no paso nada. No fui al instituto, me quede todo el día en casa. Pero a diferencia de la tarde anterior, no me la pase dormitando como una marmota, durante el invierno. Del instituto llamaron preguntando que tal estaba, la respuesta de mi madre fue bien, gracias. A lo que ellos preguntaron:-¿Qué piensan hacer? Denunciar por supuesto. Fue la respuesta. Paso el día, como si fuera una bocanada de humo. Y llego otro día. Aquel día si asistí a clase. Es curioso, el día anterior me había imaginando como seria aquel día y la reacción de la gente conmigo, pero mis conjeturas, fabulaciones y demás suposiciones no acertaron. La gente me miraba con una mezcla de sorpresa, lastima y creo que si mi ego no me traicionaba con una pizca de admiración. El profesorado decidió cambiarme de clase, a una clase mejor decían. Debo de darles la razón, era una clase limpia, sin deteriorar. Y los compañeros buena gente, en general. El cambio me sentó estupendamente, tanto a nivel de estudios como a nivel de relacionarme con otra gente. No pararon las agresiones espontaneas, pero note que disminuyeron aquel año (el próximo cambiaria la situación y no para bien). Quiero terminar diciendo que la agresión no me ha supuesto padecer alguna consecuencia física, pero psicológicas sí. Me volví más receloso con la gente y precavido. Evitaba las conglomeraciones pero me sentía extraño cuando estaba solo en alguna clase. En fin todo eso afortunadamente paso y ahora parece como si hubiese sido hace eones.











No hay comentarios:

Publicar un comentario